Sin querer ser arcaica en mis actitudes y en la buena intención de entender el amor de padre que él sentía hacia la niña, intenté no excederme en mi planteamiento, a la vez que le llamaba la atención por su comportamiento. Y Aldo, me escuchó pero, solo......aparentemente.
"Cuando Aldo regresó al coche, me pareció imprescindible mantener una seria conversación con él después de haber presenciado todo aquello. En primer lugar, no me pareció correcto que a la cría no se la riñera por amenazar con un puñetazo a su papá. Pero menos correcto me habían parecido aquellos besos que no correspondían a una niña de su edad y que a su padre le hacían tanta gracia.
Aldo estuvo de acuerdo y acabó dándome la razón. Pero aún así, pasarían algunos meses hasta que la relación entre padre e hija, empezara a ser más natural e “higiénica”. Al menos en apariencia.
A él le hacía muchísima gracia recibir los “morreos con lengua” de su hija y a la niña, le encantaba “marcar el terreno” ante mí. Era muy complicado que aquella cría entendiera (diciéndoselo yo) que, eso, no debía hacerlo. Suponía que cuanto más se lo reprochara, mas tendencia tendría a seguirlo haciendo. En consecuencia, para mí estaba claro que, eran sus padres quienes no debían permitirlo. No yo."
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