Seis años antes de conocerle a él, por fin pude conseguir mi mayor ilusión, alquilar el pisito de mis sueños con opción a compra.
Recuerdo el dia que la administradora de la finca me lo mostró, después de soportar la gran cola de supuestos interesados en el.
Al abrir la puerta del pequeño piso, una cálida luz de color anaranjado se estampó en mi rostro. El agradable ambiente que se respiraba y el sosiego que sentí al verlo, fueron las pistas que seguí para hacer el esfuerzo de contratarlo.
Era un pequeño apartamento que no llegaba a los cincuenta metros cuadrados. Sencillo, espacioso, luminoso y muy bien ventilado. Su orientación era tan perfecta que, los rayos del sol lo inundaban desde la diez de la mañana hasta bien entrada la tarde. Tranquilo, muy tranquilo. Situado en la parte posterior del edificio, daba al interior de una gigantesca manzana, dentro de la cual, las terrazas y amplios patios ajardinados ofrecían un lugar perfecto para los ruiseñores y los jilgueros que anidaban en él.
La vista era inmejorable. Situado casi al pie de la montaña del Tibidabo me regalaba con su majestuosa presencia a lo lejos y el aire limpio y fresco de la sierra.
El barrio en el que estaba, pertenecia a las famosas "Zonas Altas", tan cotizadas en las grandes ciudades. La calle, a pesar de ser corta y estrecha, era una callecita sin salida a los vehículos que favorecía la tranquilidad de la zona. Realmente mi apartamento era, una pequeña isla de paz dentro de la ruidosa y contaminada ciudad.
Las cosas que me enamoraron de él fueron, su luminosidad y ámplios ventanales, su enorme bañera y la opción a compra.
Aquel pisito, modesto y humilde había sido la ilusión de mi vida. Una vida llena de altibajos y decepciones amorosas que me habían llevado a decidir que sola, estaría mucho mejor que mal acompañada.
En el, junto a mi perrito, fui muy feliz!!!! El y yo éramos los reyes de la casa y nadie nos mandaba, ni nos desordenaba, ni turbaba nuestra paz.
Me costó mucho sacrificio sacar el negocio a flote y seguir pagando el alquiler del piso sin ayuda de nadie. Para mí era, mi mayor triunfo......mi logro. Me sentía orgullosa de haberlo conseguido por mí misma y trabajaba con ahinco y sacrificándome gustosa para poder ahorrar, mientras esperaba el momento de la oferta de la compra. Mis ambiciones eran simples, no deseaba más. Allí, yo esperaba envejecer.
Unos metros más arriba, en la plaza, estaba situado el parking en donde guardaba mi coche durante toda la semana, a la espera del paseo por la montaña de los domingos. A mi noble compañero y a mi, nos ayudaba a desconectar del asfalto y recargábamos las pilas rodeados de aromáticos pinos.